Érase una FIV: En la travesía de la vida, la FIV fue nuestro faro de esperanza.

Desde el nacimiento de Louise Brown, el primer “bebé probeta o in vitro”, en 1982, el Comité Internacional para el seguimiento de las Tecnologías de Reproducción Asistida estima que al menos 12 millones de bebés han nacido como resultado de la Fecundación in vitro y otras tecnologías de reproducción asistida.

Llevábamos dos años intentando quedar en embarazo y nunca pensé que la fecundación in vitro fuera a ser una opción para mi. Después de haber visitado casi todos los laboratorios y ginecólogos de la ciudad de León en México, estaba esperanzada por tener una respuesta diferente a los negativos de las pruebas de embarazo. Recuerdo que unos de los posibles diagnósticos fueron ovario poliquistico o estrés, y que sentir dolores menstruales los cuales me tiraban a la cama y únicamente me dejaban quejarme y llorar, era completamente normal.

Recuerdo, haberme quejado de mis dolores menstruales con una médica, esperando un poco de comprensión, sin embargo, su respuesta fue: “Es el precio a pagar por ser mujer, es normal ”. En líneas generales, te das cuenta de la desinformación y violencia ginecológica de algunos profesionales de la salud. Nunca me dieron un diagnóstico, y nunca supe porque no puedo concebir de manera natural. Según la Organizacion Mundial de la Salud, un informe indica que el 17,5% de adultos padecen de esterilidad en algún momento de sus vidas, es decir 1 de cada 6 personas; supongo que ese “algún momento” llegó justo cuando deseaba convertirme en madre.

Tiempo después, en una de mis clases de inglés, en un ejercicio de speaking, me abrí sobre el tema tabú de la infertilidad con mi profesora. Para mi sorpresa, ella se había sometido a una FIV para su segundo embarazo, y me recomendó a su médico. Mes y medio después, había comenzado la travesía de la búsqueda de bebé. Antes de iniciar con el tratamiento, se hace una revisión completa  de útero y ovarios mediante un ultrasonido para ver que no hubiera ninguna patología agregada que pudiera obstruir la implantación del embrión como pólipos, miomas, endometriosis, teratoma, entre otras.

Posterior a esto, el doctor nos solicitó a mi esposo y a mi estudios hormonales para ver cómo estábamos metabólicamente , y un seminograma  para revisar la calidad del esperma de mi esposo. Después de tener los resultados, empezamos el tratamiento.

Al segundo día de regla, iniciamos el proceso por medio de hormonas inyectadas, el medicamento ayudaba a estimular el crecimiento de los óvulos. Fueron doce días durante los cuales, a la misma hora, a las 12:00 p.m., acudía a la clínica a que me inyectaran alrededor del ombligo. Recuerdo el dolor de las últimas dos inyecciones, pero mi aliciente era imaginar a mi bebé creciendo dentro de mi. Al finalizar la semana y media, mis óvulos tuvieron el tamaño adecuado para la siguiente etapa; la punción.

El 19 de agosto de 2022, llegué al hospital a las 6:00 a.m., preparada para la extracción de mis óvulos. Me colocaron un catéter en la vena. No había sentido miedo hasta que vi a la anestesióloga entrar al quirófano – le tengo pánico a la anestesia-, mi último recuerdo de ese momento fue escuchar al médico preguntándome cómo estaba. Lograron extraer veintidós óvulos, los cuales se  pasaron al embriológo, quien se encargó de limpiarlos e inyectarlos con la muestra de esperma recolectada previamente. Los óvulos fecundados tuvieron que permanecer un par de días en monitoreo, esperando así convertirse en un embrión. Cinco días después, el 24 de agosto de 2022, me implantaron dos embriones. Recuerdo ese momento como el más especial e intenso de mi vida. Agradecí el trato humano del Doctor Francisco Anaya, su asistente Esbeydy y de todo el equipo de la clínica Vefertil.

Quiero hacer un paréntesis y exponer que, dentro de la dificultad que supone procrear, se suma a ello los gastos exorbitantes de los tratamientos, exámenes y demás. Que, a pesar de la magnitud del problema las soluciones disponibles para tratarlo, como las técnicas de reproducción asistida in vitro, continúan sin recibir suficiente financiación y resultan poco accesibles para muchas personas.

Me considero afortunada de haber podido ser parte de ese pequeño porcentaje de individuos que pueden permitirse pagar una FIV, y más afortunada aún de haber logrado llegar hasta la última y más difícil etapa del tratamiento: la  espera de dos semanas para obtener el resultado de la prueba de embarazo.

Recuerdo que recibí la noticia, cuando iba en carretera con mi mamá y mi cuñada hacia Guanajuato. La pantalla de mi teléfono se alumbró, abrí el mail. El resultado fue positivo.  De los dos embriones implantados,  solo sobrevivió uno. Mi hija. 


Junio 2024