Habitar la violencia en sus formas cambiantes
Nota: este es un testimonio contado, una voz que escuchamos y que aquí
revelamos como parte de lo que nos fue revelado. Ana Laura cuenta su historia,
que no es la única, cuenta una parte de su historia general, si se quiere universal.
Una pequeña parte que nos dice algo, mucho, sobre el silencio y el cuidado.
Él la había visto mucho antes de ella conocerlo. Todos los domingos por la
mañana se subían en el mismo autobús, S. iba a su trabajo y Ana Laura a misa
con su madre.
Ella solía jugar retas de fútbol con sus amigos en frente de su casa. Una tarde,
después del juego su amigo, que en realidad era su pretendiente, le pidió agua.
Sin percatarse, S. se les acercó y por medio de su pretendiente, que era un
amigo en común, se le presentó a Ana Laura. S. le preguntó si podría salir a
platicar en las tardes noches, después de terminar su jornada laboral.
No duramos mucho platicando, después de dos semanas me pidió ser su novia.
Por todo lo que me contaba, me parecía buen muchacho, trabajador, y acepté.
Me decía muy seguro que yo sería su esposa, pero yo incrédula pensaba que
estaba delirando.
El 13 de agosto de este año cumplieron 30 años de casados, la mitad de su vida.
Lo que había empezado como una película de comedia romántica de los 2000,
se fue tornando poco a poco en una dura realidad. Ana Laura empezó a notar
señales de que su esposo S. estaba muy herido emocionalmente: la violencia y
el maltrato que había vivido en su infancia volvían a surgir ahora en su nuevo
hogar a través de diferentes manifestaciones. A su casa llegaban mujeres
reclamándole a Ana Laura que S. era su novio.
– Yo le decía que se podía ir con ellas, quería estar al margen de los escándalos
de faldas de mi esposo, pero entonces empezaba a pegarse en la cabeza con la
pared y me suplicaba que no lo dejara.
Al verlo en esa situación, Ana Laura terminaba por ceder, sin saber que serían
las primeras de tantas manipulaciones psicológicas a las que la sometería.
Según cifras de 2021, al menos el 70,1 % de las mujeres en México -país de
nacimiento y residencia de Ana Laura- han experimentado algún tipo de
violencia, ya sea psicológica, sexual, física o económica según el Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Crecer y formar una familia en un contexto hostil en el que el diálogo no habita
desde el cuidado, fue y sigue siendo difícil para Ana Laura. Con su esposo S.
vivieron una temporada en casa de su suegra, la relación con ellos no era la
mejor, sus cuñadas la hacían sentir constantemente mal.
-Mi tía tenía una casa que aún no ocupaba, le pedí el favor que me la rentara.
Quise irme sola, quería estar lejos de él y de su familia. Pero una vez más, su
manipulación funcionó. Esta vez se cortó la pierna con un cuchillo,
suplicándome que no lo dejara. No tuve otro remedio.
La casa estaba vacía, dormían en el piso sobre cartones y poco a poco fueron
consiguiendo los electrodomésticos y una cama. Entre el miedo y el salir
adelante el tiempo pasó y pasó. Tienen cinco hijos.
– Son mi adoración.
Habitar la violencia en sus formas cambiantes es para Ana Laura una forma de
seguir siendo la madre que es: amorosa y cuidadosa, marcada profundamente
por una ausencia paterna que la llena de culpa cuando piensa en dejar a S.
Recientemente, la violencia ha tomado la forma del control económico: Ana
Laura trabaja cuidando a una bebé y vende calzado por catálogo. Es realmente
buena en lo que hace, cuida a la bebé como si fuera su propia hija. Lo que gana,
trata de gastárselo en ella, en sus uñas y en teñirse el pelo, porque le encanta
sentirse bonita.
-Mi esposo me dice que no me gaste el dinero en esas cosas, que economice.
Pero no sé si lo dice por mí o pensando él.
En varias ocasiones S. ha tomado dinero prestado del rincón sin consultarlo con
ella, no le pide permiso ni puede exigir una explicación. Abrió una cuenta en
una banca digital, todos sus movimientos los hace desde el celular, no tiene
tarjeta física para que no se de cuenta de que maneja virtualmente su propio
dinero y así evitar que controle sus finanzas. Cientos de maromas para sortear
un control que entiende que no está bien pero no tiene de otra.
-Trabajé con mi ex jefa cinco años, al momento de liquidarme, me dio una
buena suma de dinero que guardé con mucha ilusión. Esperaba montar un
negocio, pero mi esposo decidió que mi liquidación se le prestaría a un familiar
que estaba en apuros económicos. No volví a ver rastro alguno de lo que había
ganado con tanto esfuerzo.
Ana Laura no conoce cuánto gana S. al mes, ella ayuda a pagar sus deudas
eternas, y cuando tiene trabajo su esposo se queja diariamente de que no le
alcanza para pagar los recibos o comprar comida, y así le pasa la antorcha de
responsabilidades domésticas a ella.
-A veces, me insinúa que deje de trabajar, que debería estar en la casa
atendiendo los quehaceres. En dos ocasiones he renunciado a trabajos en los
cuales me sentía útil y satisfecha, tenía una oportunidad de crecimiento laboral.
Aunque quisiera, no podría ser ama de casa. Ya entendió que todas las promesas
de S. eran en vano; en sus palabras: solo la quiere ver como otra planta en la
esquina de la pared de la sala.
Expertas en género coinciden en que la “solución” para muchas mujeres que
viven las diferentes formas de la violencia a veces no es denunciar y huir de allí,
porque se ha creado un ambiente tan normalizado de necesidad de ambos lados
que termina siendo mucho pedir para una víctima que se reconozca como tal y
busque ayuda. Sobre irse del lado de S., Ana Laura dice que no tendría a quién
serle útil. Sus hijos lo quieren mucho y no les quiere negar la suerte de tener la
figura paterna que tanto le hizo falta a ella. No quiere que sus hijos la vean
vulnerable porque S. ha manejado parte de sus decisiones a lo largo de su vida.
No lo quiere, hace muchos años dejó de sentir amor por él. Es consciente de que
el sentimiento es de ambos.
– Nunca me quiso, hoy me doy cuenta que siempre me manipuló, pero le tengo
consideración por ser el padre de mis hijos.
Recientemente Ana Laura ha contemplado la posibilidad de ir a terapia para
tratar temas de depresión y ansiedad, sumados a la explosión hormonal de la
menopausia. Entre el amor profundo por sus hijos, un buen trabajo y las
conversaciones al límite con S., Ana Laura hace parte de la dolorosa cifra del
70,1 %. Tiene un rostro allí, unas ganas de hacer cosas que le pertenecen solo a
ella, un contexto difícil pero con destellos de apoyo y cariño eventuales que le
han dado ánimos. Una vida cotidiana y ruda, con sus pequeñas victorias,
silenciosas victorias.
Agosto 2024