Nombrarlo todo de nuevo

Hace unas semanas vi en Science Focus de la BBC que acababan de “descubrir” una nueva “forma”, ¿una nueva forma?, ¿acaso era posible?; dentro del universo geométrico de los cuadrados, los círculos y todo aquello que conocimos y nos hicieron repetir, dibujar y nombrar hasta el cansancio cuando éramos niñas, todo lo que cabía en cajones plásticos, un círculo rojo, un triángulo azul o naranja. Ponerlos juntos, separarlos, armar figuras con ellos: todo eso era el marco del mundo.

Todo el universo cabía en esas formas: una casa es un cuadrado con un triángulo, un sol es un círculo, un diamante es un diamante. Por años todo de repente cabía o se sostenía en esas convenciones y estaba bien. Está bien. Pero ahora entonces hay una nueva figura en la que caben otras partes del mundo.

Decía la noticia que se trata de un bloque de construcción geométrica con esquinas redondeadas: célula blanda la llamaron; decían también que aunque estas formas están en toda la naturaleza y se conocen hace siglos, nadie había formalizado esa noción, es decir: nadie nunca antes la había nombrado. 

Por esos días Jorge estuvo hablando con otro poeta sobre sus referentes y contó que quiere aprender danés para leer a su poeta favorita, Inger Christensen. El trabajo de Christensen fue muy relevante en su época y se considera una poeta experimental, y dentro de su obra lo quizá más destacado o lo que ahora destaco para este ensayo es el libro Alfabeto, que es realmente un largo poema que se va alimentando verso tras verso, así: 

Primera página: 

Los albarocoqueros existen

Los albaricoqueros existen 

Segunda:

Los helechos existen; y zarzamoras, zarzamoras y bromo existen; y el hidrógeno, el hidrógeno

Y así el poema va creciendo y saliéndose de los bordes página tras página, creciendo en sí mismo contando una y otra vez cuáles son esas cosas que existen. 

El poema insiste a través de esa estructura creciente en todo lo que hay, en el universo como es y como se va presentando. En palabras de Jorge, lo que al inicio parece caótico, luego de un rato empieza a entenderse, pues es un poema que se escribe en pleno siglo XX tras la segunda guerra mundial; entonces Alfabeto es la forma de nombrarlo de nuevo todo después del horror. No es en vano que el poema inicie, que el centro del mundo inicie, con el albaricoquero: un árbol desde el que se narra a los caminantes y fantasmas en medio de la tecnología, del mundo natural y los deseos personales. Habría que volver a contarnos cómo es el mundo, volver a nombrarlo. 

Al final de la noticia sobre las células blandas dicen: “En la naturaleza, piensan los investigadores, las esquinas son puntos de debilidad estructural. Doblar las esquinas también puede costar energía y crear tensión en los bordes, por lo que las formas naturales tienden a evitarlas (piense en el contorno suave de una isla formada por los ríos que se doblan alrededor de la tierra).”

En Alfabeto, que es el poema adánico para nombrarlo todo, no aparece América Latina, así que en Música de los abismos moleculares, el poemario más reciente de Jorge, hay una versión propia, más cerca nuestro quizá, de ese nuevo mundo nombrado. Aquí un fragmento:

El amor existe, sí, aquí en la frontera Sur de la conciencia, 

es decir, en América Latina y el Caribe, el amor existe.

Sabemos mucho de él, pero sobre todo, que existe:

Por las cosas amadas tenemos clara su existencia.

El mar caliente, los acantilados y las ballenas, 

los arándanos y la pitahaya, los aguacates todo el año, 

aquí existe la luz, la energía, la clase trabajadora existe

Volver a nombrarlo todo para que el mundo cada vez quepa más en el cuento que nos contamos sobre él en medio de unos bordes menos estrechos, más blandos y circulares, como las islas. Nombrar lo que está aquí: el horror y la belleza, y lo que no está, como una canción que suena a las palabras no dichas todavía.

por Sara Zuluaga