¿Qué hay del otro lado?, un testimonio sobre la inmigración

Soy hija de inmigrantes. Y digo inmigrantes porque mis padres tuvieron que emigrar de su propio país. 

Soy la quinta de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. Me acuerdo de que cuando tenía 6 años nos fuimos con los primos de mi papá hacia Boyacá, a un pueblo llamado Samacá, donde recuerdo que hacía mucho frío y se referían a nosotros como “Los paisas”. Pasó un tiempo y nos regresamos todos para Armenia, donde nací y crecí.  

La situación en mi casa era de muchas necesidades, éramos 6 hijos  para mantener. Mi mamá lavaba ropa ajenas y mi papá trabajaba en  construcción. Me acuerdo que una vez para diciembre no había mucho qué dar en la navidad, esperábamos con ansias el regalo del niño Dios, así lo llamábamos. Nos despertamos un 25 de diciembre y vimos en nuestras almohadas dos patitos amarillos uno para mi hermana menor y otro para mí. Nos levantamos muy contentas, felices a jugar. Recuerdo en mi niñez la forma en que anhelaba tener los juguetes de mis amigos con sus muñecos de cuerda, a los que podían hacer bailar y caminar. 

Mi papá se fue para Venezuela a trabajar en la época en que era un país muy próspero. Él venía cada año, en una de sus venidas mi hermano mayor se fue con él. Mi hermana mayor, con tan solo 16 años empezó a trabajar en uno de los principales almacenes de Armenia. Era muy joven, y gracias a su trabajo se veía en la casa otro panorama. 

Mi hermano, el de la mitad de los 3, con ayuda de unos amigos y familiares, se fue para Estados Unidos, precisamente a Nueva York. Pasó por la frontera Tijuana, México, que llaman también “el hueco”. Llegó y empezó a trabajar. Mi sueño quedaba intacto, mi gran anhelo era salir del país y trabajar. Pese a que hice mis estudios como contadora, no encontraba trabajo en mi ciudad. Lo último que hice fue trabajar en una oficina de abogados como asistente, tenía 24 años. Mi hermano, el que vive en Nueva York, iba a ayudarme para irme a los Estados Unidos. Se me abrieron los ojos y mi corazón palpitaba. Estuve en Cali,  Bogotá y Medellín en busca de obtener una visa para México. Saqué doce veces pasaporte para poder obtener visa y siempre me la negaban. Muy triste seguí con mi sueño de irme. 

En esos días vino una amiga a la casa y me preguntó:  “Noralba es verdad que te quieres ir al extranjero?” le contesté: “Sí” y me dijo: “Yo también quiero, si quieres nos vamos las dos para Inglaterra, allá tengo quien nos recibe y nos vamos la semana próxima en un tour”.  

Me emocioné mucho, era algo que no me esperaba, pero igualmente estaba triste porque no tenía dinero para comprar el pasaje. Le comenté a mis padres y me dijeron “vamos a hipotecar la casa”. Me asusté mucho, era un gran riesgo; hablé con mi amiga y me dijo “vamos a conseguir el pasaje a crédito”.  

Conseguimos dos fiadores para sacar mi pasaje, la hermana de ella y una amiga de mi hermano. Fuimos a sacar la visa para Francia, porque para Inglaterra la daban estando allá. Organizamos el tour que era ir a España, Inglaterra y Francia. Llegó el gran día, un septiembre de 1988 salimos para España, nos quedamos 3 días, y después nos fuimos en bus hasta Inglaterra, veníamos muy contentas. Llegamos hasta Diep (frontera de Francia – Inglaterra) para abordar un Ferri.  

Cuando llegamos allá, nos cuestionaron mucho: ¿a qué veníamos?, ¿a dónde íbamos?, ¿cuánto dinero llevábamos? En mi entrevista me dijeron que no tenía mucha plata y en Colombia no tenía un trabajo estable, y que por lo tanto me negaban la entrada al país. Nos  devolvieron a todos para Francia – París, excepto a mi amiga y a otra persona del tour. Llegué a París sin conocer a nadie, sola y sin saber nada del idioma. Me quedé en el hotel del tour, ya que había una  reserva por cinco días. Después de ahí empezó mi historia como inmigrante.  

Según el censo de 1990, en territorio francés vivían 4.200  colombianos, pero en veinte años su número se quintuplicó,  convirtiéndose en el segundo colectivo latinoamericano más numeroso después del de los brasileños  

Sola y con 1300 dólares, que no me podía gastar, pues no eran míos.  Llamé a mi madre desde una cabina telefónica para contarle lo que me estaba pasando y ella me dio muchos ánimos en que tenía que perseguir mis sueños y salir adelante. A los días ya me quería devolver, no tenía dónde quedarme y la barrera del idioma me tenía impotente. Estaba confrontada a mí misma, durmiendo en el metro de París, y en iglesias. Recuerdo que mi primera vez fue en el metro Pernety línea 13, con mucho miedo entraba y esperaba que se cerraran las puertas del metro. El miedo no me dejaba dormir, solo quería buscar un poco de calor ya que hacía mucho frío. 

Recuerdo también que una vez me quedé dormida en una iglesia del metro Alesia. Me despertó una señora de la calle brindándome chocolate caliente y un pan; me asusté y dije que no. Ella me señalaba el altar y me hacía entender que todo iba a estar bien, le acepté y le agradecí mucho, ya que llevaba días sin comer. Y desde ese día me quedaba cuando se podía en las iglesias, esperaba que se terminara la misa para quedarme acostada en las bancas.

Los días pasaban y llamé a mi hermano, que ya vivía en los Estados Unidos, y le conté todo lo que me pasaba. Él me dijo que me devolviera para la casa, que él y mi otro hermano mayor pagaban el  pasaje. Estaba muy contenta porque ya quería regresar a Colombia y  no podía más con la situación acá. 

Llamé a mi madre y me contestó mi hermana mayor, les conté que mis hermanos me iban a ayudar para regresar a Colombia. Mi madre me dijo que lo sentía mucho pero que no me devolviera, que con la plata que me habían prestado empezará desde cero y luchará, que no me diera miedo y que saliera adelante. Lloré mucho, mucho (no les conté lo que verdaderamente estaba viviendo), extrañaba mi vida y mi familia en Colombia, estar acá era duro pero era verdad es mi sueño y acá estaba. Tanto que pedí salir de mi país y lo había logrado. Decidí quedarme pero con más fuerzas y motivación pensando que lo mejor estaba por venir.  

Días después, por pura casualidad, encontré a mi amiga, con la que me había ido de Armenia. Aunque no tenía dónde vivir siempre me  quedé en la zona del hotel donde había llegado que se encontraba en el metro Brochant Paris 17. A ella, a los días la devolvieron también. Ella llegó al hotel del tour, ya que era su punto de referencia. Estábamos muy contentas de vernos, pues ya no estábamos solas. Conocimos a un señor que trabajaba como pintor en una cabina telefónica, era colombiano, le explicamos nuestra situación y él nos colaboró. Dormíamos en los apartamentos que él arreglaba. Siempre estábamos en el piso, acostadas encima de un papel, pero ya no estábamos en la calle. 

En enero de 1989 nos encontramos a otro señor del tour, hablamos con él de la situación y dijo que nos iba ayudar. Él me dijo que volviéramos a intentar ir a Inglaterra en un camión. Salimos de París,  íbamos en el corta viento del camión hasta Calais – Normandía mis uñas se desgarraron de tanta fuerza que hice para sostenerme y no dejarme caer. Si teníamos suerte y no nos veían pasábamos hasta Inglaterra, lo intenté dos veces pero nunca se dio. Fue un calvario.

Conocí a otra señora de mi ciudad, Armenia, y me ayudó a conseguir trabajo y un cuarto. Las cosas se estaban acomodando, ya me sentía bien en París. Más segura de mí misma, me dediqué a conocer París, la ciudad luz, sin duda. Me iba con mi morral, una botella de agua y el mapa. Qué felicidad ver tanta belleza junta, me recorría París caminando, conociendo sus lugares más nombrados, conocidos y los más escondidos, lloré sí, lloré pero de alegría, de saber que lo estaba logrando, poder pasar tardes enteras caminando por la orilla del río Sena, apreciando toda su arquitectura, monumentos. Las calles donde se respira arte, historia, encanto y glamour. Sus maravillosos puentes, iglesias, catedrales, museos. Me dije: “esto es lo que yo quería, lo que soñé”. Conocer la Torre Eiffel, ver esta impresionante e imponente dama de Hierro. 

Ya llevaba casi un año y habían llegado mi hermano mayor y mi hermana menor. Mi hermano no se quedó mucho tiempo y se fue pero mi hermana sí se quedó. Poco a poco me fui organizando. Conocí al que es ahora mi esposo, en 1992. Ya tenía una mejor estabilidad, ya podía ayudarles a mis padres. Fue un proceso largo pero sí que valió la pena cada esfuerzo.  

Según cifras del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia,  actualmente hay 4,7 millones de colombianos residentes en el exterior, lo que representa el 10% de la población. Según el gobierno, la principal causa de la emigración es la búsqueda de trabajo. La  segunda causa es la reunificación familiar.  

A los 5 meses de estar con mi pareja nos fuimos a vivir juntos. Llamé a mis padres para contarles que me iba a casar pronto. En ese entonces él ya estaba regularizado en Francia. Nos fuimos para Colombia en el año 1993 y nos casamos en Armenia. En 1995 tuve a mi hija y me regularizaron. Ya había cumplido mis mayores sueños: vivir en el extranjero, ayudar a mis padres y a mi familia, ya que pude ayudar a muchos de ellos a emigrar a Francia. Me casé, me convertí en madre y tenía la estabilidad que siempre quise, volví a ser mamá años después, mis hijos son franceses y es un orgullo. Vivo muy agradecida con Francia, me siento bendecida porque me dio la oportunidad de tener todo lo que siempre anhelé desde joven. 

Inmigrar no es nada fácil y todavía más cuando no conoces a nadie, pero tampoco es imposible. Siempre crean en sus sueños que sí se cumplen.