SUEÑOS: Guía para explotar el capital espiritual
Felipe Calderon-Valencia.
A que Usted no sabía que estuvo soñando mal toda su vida. A que no. Igual, si no puede hacerlo bien es algo de lo más normal. Soñar es algo que ocurre tal y como pasan todas las cosas buenas de la vida: sin razón. Sin embargo, ni importa saber o no saber, sino que se trata de cómo explotar los sueños porque son capital espiritual. Así, este texto se propone mostrar –desde una perspectiva muy personal- cómo utilizar los sueños para tomar decisiones; se aclara que soñar es un proceso racionalizable, pero, a fin de cuentas, i-rra-cio-nal (¿a que tampoco sabían que así se organizaban las sílabas de esta palabra? A que no, a que tampoco).
Hablar de los sueños, hablar
En un escrito radicalmente autobiográfico, Carl Gustav Jung –sí, el señor de los arquetipos- condenó, o casi, la seriedad de la transmisión de la psique: “Una persona es un proceso psíquico al que [ella misma] no domina, o sólo parcialmente. Por eso no puede dar un juicio final de sí misma ni de su vida. Por ella tendría que saber todo lo que la concierne, pero a lo más que llega es a figurarse que lo sabe. En el fondo, uno nunca sabe cómo ha ocurrido nada.” (prólogo de Jung. Recuerdos, sueños y pensamientos). Dicho con otras palabras: hablar sobre uno mismo es objetivamente imposible. Además, Jung termina arrastrándolo todo hacia la mitografía porque toda persona es un mito. La personalidad, con todos sus aspectos psicológicos, es inabordable desde una perspectiva plenamente científica, aunque lo que sí puede ensayarse –con relativo éxito- es acercarse usando un lenguaje objetivo, cuidadoso y descriptivo que conjura el solipsismo. A fin de cuentas, la cientificidad es solamente una cuestión estética.
Esto mismo aplica para los sueños: no pueden ser más que una experiencia muy personal, pero uno puede intentar acercarse. Me atrevo solo a afirmar que soñar es un accidente químico, un capricho de nuestra mente alejado de la voluntad. En esto radica su atractivo y pasa como con las representaciones de Edipo y la Esfinge o de las sirenas que asedian a Ulises Lima en su vuelta a Ítaca: son seres de extrema belleza que no pueden ser domesticados. Los sueños son cosas raras que nos fascinan, puede que no nos gusten, pero la impresión que causan dura un parpadeo, o bien, se queda en nuestra memoria hasta que envejecemos y lo contamos delante de familiares y amigos produciendo conversaciones que parecen cabinets de curiosités, frascos llenos de experiencias de algo que nunca ocurrió.
Hace poco, la semana antepasada, soñé que estaba vivo. Afortunadamente solo era un sueño. Al principio me asusté mucho, pero con el tiempo el temor fue dejando mis párpados volar tranquilos. Los sueños son cosas que ocurren como el resultado de estímulos externos que van hinchando el inconsciente hasta que, como fruta podrida, se destila alguna imagen que nos revienta en medio de la noche. Recuerdo también que, cuando tenía unos 10 años, soñé durante toda una semana con un payasito que salía del antejardín de mi casa y de sus ojos brotaba sangre a chorros. Eso fue el lunes, digamos, y también recuerdo que mis papás me obligaron ir al colegio porque no podía alegar que tenía el alma dañada, no podían enterarse. Mi papá se sentó conmigo y me acarició el cabello y me explicó que podía desterrar esa angustia dibujándola. Ah, pero eso fue el miércoles digamos, pues el mismo sueño incómodo de un payasito saliendo del antejardín para llenar la calle de sangre y agua sucia se repitió por varios días más. Y bueno, ahí ya conecta mejor el relato con mi papá y su explicación. Dibujar extirpa los temores del reverso de los párpados. Un procedimiento similar no impidió que Freddy Krueger llenara los años 90 de buenas películas, if you know what I mean. Recuerdo los dedos de mi papá, dedos blancos, perfectos, entregarme un mochito de un lápiz. Recuerdo también que dibujé el payasito ensangrentado, sin mucho esmero. Recuerdo, igualmente, aunque no igual de bien, que no lo volví a soñar, no más sangre en el jardín y la calle oscura del frente de mi casa en Manizales, allí afuera igual había cosas peores acechando, vecinos. Soñé que estaba vivo y fue terrible, chicos.
Soñar despiertos y soñar dormido: la clave para explotar el capital espiritual
Tener sueños que se esfuman es lo más normal, pero también puede ocurrir algo excepcional, que se queden a vivir, a dormir contigo, a comer contigo y, finalmente, se queden ahí hasta verte morir, anidando en tus pensamientos o clavados bajo tus uñas. Las visiones oníricas pueden quedarse pegadas. Además, puede ocurrir otra cosa, que en un proceso, plenamente racional, uno logre fabricar algo parecido a un sueño, una ensoñación. Esto que es casi un objetivo, como acordarse de ver un capítulo de “Yo Betty, la fea” y, luego de verlo, quedarse con la imagen de don Armando travesti y, luego luego, pensar que sería una buena idea para Halloween. Eso es soñar despierto. A mí me pasa. Una vez manejé de Manizales hasta Medellín y cuando llegué a La Pintada, había visto Akira, o por lo menos un digesto de esta hermosa película de Katsuhiro Otomo. Fue divertido, lo confieso, pero pude haber muerto arrastrado por el río Cauca… como siempre lo he soñado (risas). Me explico: vi Akira y no vi el camino, o por lo menos no recuerdo sino el sentimiento de terror tras percatarme que estuve manejando dos horas en piloto automático.
Todo esto para decir que hay sueños que se tienen durante la vigilia. Unos son de tipo programados y otros –los más peligrosos- son simplemente fantasmas que proyectan nuestros deseos. De ambos, los primeros son los que pueden ser tratados como objetivos, estos tienen una utilidad real y medible. En efecto, cuando nos trazamos un objetivo, este está en nuestra mente como una imagen, como una frase que nos empuja. Dicho esto, entendiendo que esta forma de soñar durante el día y navegando en la consciencia es algo que no escapa a nuestro control, entonces es momento de entender cuál sería una propuesta para sacarle provecho al inconsciente.
Como con la anécdota del payasito ensangrentado, es necesario saber que los sueños pueden desecarse con actos tan simples como dibujar. Permanece la impresión de terror, pero no el motor del malestar. Erosionar la fuente del terror fue fácil y me permitió seguir con mi vida miserable de niño-estudiante-de-colegio, pero piensen en qué más podría pasar si supiéramos explotar esta capacidad. Sabiendo que los sueños son actividad mental irracional, para explotarlos solamente necesitamos sacarlos de su hábitat. Para esto recomiendo un procedimiento que realizo ya desde hace muchos años: tener un cuaderno de sueños y escribir lo que recordamos antes de que se esfume, porque se esfuma. Tomo el cuaderno y un lapicero que dispongo para tales menesteres. Escribo o dibujo. Cierro y luego hago las preguntas a mi parte racional, “racional”. Una vez disecados los sueños, incapacitados para volver a las aguas mansas del inconsciente, podemos verlos con detenimiento, invocándolos durante el día. Ahí no estamos soñando, estamos imaginando, proyectando el deseo sobre un material que puede moldearse, que puede domesticarse como si se tratara de un cachorro y no de una esfinge feroz que no solo muestra los colmillos sino también su torso de mujer. Así entonces, una imagen fija es útil.
Los antiguos usaban los oráculos para tomar decisiones. Son numerosos los ejemplos de gobiernos de Ciudades Estado en Grecia, πόλις (polis), a la toma de decisiones irracionales o si no, ¿cómo explicar a nuestros ojos que fuera lógico que para que Esparta o Atenas lucharan sus guerras contra el Imperio Persa fueran a preguntarle sobre la viabilidad de tal empresa a una joven drogada por los vapores de un volcán? Otro ejemplo: los indígenas de nuestro piedemonte amazónico usaban el yagé para comunicarse con los dioses y recibir su sabiduría, lo que quiere decir que se acude a una fuerza invisible para aclarar lo que vemos cada día sin nuestros sentidos turbados o aguzados por algún elemental o por su veneno mágico (el alcaloide). Hablar con jaguares para adquirir el poder de decirle a nuestra familia que no se meta en nuestras vidas no es muy racional que digamos, pero sí es extremadamente eficaz de tan llamativo.
Por decir lo menos, lo irracional tiene una influencia importante en nuestra forma de ver el mundo, pero solo en la medida en que podemos racionalizarlo. Ver en los sueños alguna pista para actuar puede ser una forma de afrontar los problemas. Justamente eso es lo que puede hacer cada persona con sus sueños, anotarlos, hacerlos materia plástica, lúdica y consciente, se puede así racionalizarlos si se quiere. Pero, ante todo, se puede aprovecharlos como una llamada que cada quien recibe de su más profundo ser.